Historias y relatos de terror

viernes, 29 de mayo de 2020

En El Manicomio


Yo me encontraba a cargo de todos esos desgraciados, Tenía la responsabilidad de hacer que se sintieran cómodos, si es que eso era posible.

Tenía la responsabilidad de levantarlos, alimentarlos, ducharlos, controlarlos, de contener todas sus vidas. Es el precio que hay que pagar por la locura.

 Sí, yo trabajaba en una clínica mental, mejor dicho un “loquero”. Todos los días tenía que cuidarlos y normalmente no era una tarea muy difícil; la mayoría se negaba a hablar, el encierro hacía que sus mentes se volvieran simplemente vacías, sin ningún otro propósito que existir.

A los que hablaban, era preferible no escucharlos. Pero lo que siempre se escuchaba, sin excepción alguna, eran los gritos desesperados de cada una de las habitaciones.

Al director de la clínica no se lo veía mucho en los alrededores. Era una persona muy fría y jamás le importó la comodidad de estas personas, que vivían empeorando en su propia miseria.

Los pacientes llegaban a golpearse, morderse y rasguñarse hasta sangrar o peor. Al principio no fue muy difícil controlarlos, pero se fueron poniendo cada vez más violentos. Sin embargo, el doctor director no tuvo el más mínimo de consideración hacia ellos.

Hubo una rara vez en que un hombre ciego, bastante grande de edad, llegó a la clínica escoltado por dos policías. Había sido declarado mentalmente enfermo e incapaz de proceder ante el juicio del asesinato de tres jóvenes. Según él, sus almas habían sido raptadas por una criatura maligna.

 Este hombre estaba de veras mal de la cabeza, sin duda alguna. Seguramente sufría de esquizofrenia o algo parecido. Sin embargo, el viejo no causo problemas durante las primeras tres semanas. Hasta solía hablar con él y no parecía estar loco.

Pero, una noche, durante la cuarta semana, se escucharon los gritos del viejo por todo el edificio. Había despertado a todos los restantes pacientes y los alaridos no cesaban.

 Como conocía al viejo, decidí tratar de averiguar que le pasaba, pues esa actitud no era propia de él. Me dirigí hacia su habitación, aunque las habitaciones se parecen más a una celda, pues están encerrados con llave, ahí la mayor parte del día y en ellas no cuentan con nada más que la cama y unos cuantos muebles.

El anciano estaba sentado en un rincón, simplemente gimiendo de dolor. Pensé que seguramente estaría sufriendo de algún mal causado por heridas externas o internas. Sus gritos no daban a entender que era un dolor común. Cuando entré, junto a otros dos médicos, no podíamos creer lo que estábamos viendo.

Al principio parecía estar acurrucado en el piso, pero inmediatamente luego de que tuvimos una vista más cercana, pudimos notar que estaba en una horrible posición. Era simplemente incomprensible. Nos quedamos petrificados por unos segundos y no hubiéramos podido salir del trance de no ser por los gritos infernales que emitía el anciano.

Una vez en enfermería, no pude evitar querer ir a visitarlo. Quería saber la causa de su raro acto de contorcionismo. El doctor encargado de él no sabía nada, es más, decía que el paciente tenía un casi perfecto estado físico. Me dejaron estar sólo por unos minutos con el anciano y por eso le planteé directamente lo que le había pasado y esta fue su respuesta 

“Lo vi. Me encontró y no me dejará en paz. No estoy loco, no, no lo estoy. Pero sólo yo puedo verlo, no deja que otros lo vean. Se mete dentro de mi cabeza y hace cosas contra mi voluntad. 
Pero no es una alucinación ¿Tu me crees?”

y antes de que le pudiera contestar llegó el guardia y me obligó a ir de vuelta a mi trabajo. Todavía desde el pasillo podía escuchar como se repetía a si mismo que no estaba loco y que lo ayudaran.

Días después fue dado de alta y cada vez que tenía que atenderlo parecía más estremecido. Empezó a gritar todas las noches, según lo que me contaban los guardias y por las mañanas aparecía con cortes por todo el cuerpo. Fue llevado a un área de más importancia, donde decían que podían controlarlo mejor. Tres semanas más tarde murió.

Durante unos meses me estuve preguntando que habría sido del viejo, y qué es lo que él veía; pero, lentamente fui olvidándolo.

Años más tarde, cuando me encontraba haciendo guardia de noche en la clínica, escuché esos mismos gritos, eran inconfundibles, atroces. Sentía como se me helaba la sangre. Me dirigí hacia la habitación en donde había estado el anciano, la cual había sido ocupada nuevamente.

 Era una imagen aterradora. Era el otro paciente, estaba en el rincón, tal como lo había estado el viejo aquella noche. Pero no estaba solo, había una cosa con el y lo mató delante de mis ojos. No podía moverme. La criatura había empezado a acercarce a mí, y lo último que recuerdo de esa noche fue esa cara maldita, esos ojos que no mostraban ni el más mínimo destello de piedad; esas garras que desgarraban piel y carne sin misericordia, luego perdí la consciencia.

Al día siguiente desperté en la habitación, junto al cadáver ensangrentado. Yo estaba empapado en sangre y mi desesperación creció y creció. Golpeé la puerta rogando por ayuda, temí que la criatura regresara.

 Ahora puedo comprender al viejo, mientras me encuentro del otro lado, donde no estoy protegido de eso y nadie quiere escucharme, nadie me creerá, lo sé, ni siquiera ustedes.

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