Esto que relataré me lo contó una señora que vende gorditas y quesadillas (comida típica mexicana) en la zona destinada a los puestos de comida en la presa de San José, en la ciudad de San Luis Potosí, México.
Cuenta la señora que hace mucho tiempo, en un día de otoño del mes de Octubre, llegó a la presa una pareja de jóvenes. La mujer era hermosa, con gracia, de ropas sencillas, el hombre era alto, corpulento, de gesto duro pero amable.
Llegaron a los puestos de comida, como cualquier otra persona, se veían contentos, animados; terminaron su desayuno y se dirigieron hacia el área de la presa.
No había pasado mucho tiempo, cuando el muchacho regresó corriendo y gritando, pedía ayuda: su novia había caído desde lo alto a las aguas oscuras y turbulentas de la presa.
Los elementos de seguridad se movilizaron de prisa, bajaron a la presa y con ayuda de lanchas y cuerdas se dispusieron a encontrar a la muchacha, la búsqueda fue en vano, nunca encontraron rastros de ella y su cuerpo quizá sin vida, quedó para siempre sumergido en las aguas de la presa San José.
Cuando todo ya había pasado, y el muchacho estaba más tranquilo, contó a las personas que le habían ayudado, que su novia y él decidieron subir al muro de contención (que es como un muro pequeño que mide 1 metro de alto y unos 40 centímetros de ancho y sirve para proteger a las personas de caer en la presa) para poder sentir el viento en la cara, y tener una mejor vista del lugar. Según dijo el muchacho, empezaron a discutir por una tontería, la charla empezó a subir de intensidad y empezaron a forcejear. La chica perdió el control sobre su cuerpo y cayó a la presa sin que su novio pudiese ayudarle.
Al día siguiente de esta tragedia, el chico volvió a visitar la presa, llevaba consigo un ramo de flores, se dirigió al lugar del accidente, y dejó caer una por una las flores al agua, como si él supiera que alguien allá abajo las recibiría.
Dice la señora que, a partir de ese momento, el muchacho regresó a la presa cada semana, llevando sus flores a su amada novia, no hablaba, ni si quiera volteaba a ver a nadie, su dolor era muy grande y sólo lo disipaba el recuerdo de su novia a quien nunca olvidaría.
Este ritual de las flores, el pobre muchacho, lo realizó por mucho tiempo, hasta que un día quizá lleno de tristeza y soledad, decidió acabar con su vida, en el mismo lugar donde su novia había caído al agua.
Se paró en el muro de contención y dándose un tiro en la cabeza, dejó caer su cuerpo al agua con la esperanza de encontrarse con su gran amor.
El cuerpo del chico tampoco fue encontrado nunca, tal vez, porque los dos estaban destinados a vivir su amor aún debajo de las turbias aguas de esa presa.
Corrieron los años, pasó algún tiempo, la tragedia ya casi se había olvidado, pero un día el mes de Octubre, unos turistas que visitaban la presa, estaban recargados en el muro de contención observando el panorama, de pronto, escucharon un chapoteo, y al girar la cara, vieron con gran asombro, como unas huellas de agua se marcaban sobre el pasillo y llegaban hacia el otro lado.
Las personas quedaron sorprendidas al ver aquello, pero su sorpresa fue aún mayor cuando, al levantar la vista, vieron a una chica que llegaba al final del pasillo, la chica giró su cuerpo y desaparecía ante la mirada incrédula de aquellos visitantes .
Los turistas realmente asustados y con los nervios de punta, corrieron hacia la salida, contando lo que habían visto, muchos pensaron que eso sólo había sido su imaginación, pero las personas que conocían la triste historia de la pareja relacionaron lo sucedido con la tragedia aquella, donde una pobre chica había muerto al caer a la presa.
Después de eso, muchas personas más acudieron a la presa, tenían gran curiosidad de saber si aquella historia era verdadera o no.
Actualmente muchos curiosos siguen acudiendo al lugar, sobre todo en las noches del mes de Octubre, pues aseguran es cuando se pueden ver las huellas mojadas en el piso del pasillo e incluso sobre el agua de la presa, pétalos de flores flotando en ella.
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